Blog de Valentina Oropeza
Crueldad, sí
La foto fue extraída del portal Writers write.
Vidiadhar S. Naipaul ganó el premio Nobel de Literatura en 2001, gracias a una extensa obra literaria en la que reflexiona sobre la identidad, el poscolonialismo y el desarraigo.
Descendiente de una familia india, nació en Trinidad y Tobago y estudió en Inglaterra. Viajó a la India para comprobar si pertenecía a la cultura de sus padres y abuelos, y se dio cuenta de que no tenía claro qué significaba ser indio, menos aún qué implicaban los matices: ser hombre o mujer, brahmán o campesino, hindú, musulmán o sijísta, pobre o un sobreviviente de la miseria.
En el libro India, a million mutinies now (1990), Naipaul narra sus viajes por un país que conoce a través de entrevistas con líderes religiosos, activistas, profesionales, sirvientes, patronos, empleados de hoteles, poetas, periodistas. De la traducción que hizo Flora Casas para la editorial Debate en 1998, transcribo en este post algunas de las reflexiones de Naipul que más me sorprendieron. Gracias a ellas, entendí por qué me resultó imposible ordenar en su momento las emociones contradictorias que sentí durante los cuatro meses que viví en India. Las mismas que tantas veces me agobian en Venezuela.
“Las castas superiores utilizaban el río corriente arriba; las castas establecidas, corriente abajo, y las castas superiores lo utilizaban en primer lugar (…) Los niños del pueblo no tenían prejuicios de casta; jugaban juntos. Un día fue a bañarse a un estanque con unos chicos de una clase alta. El guarda lo descubrió y le tiró piedras. Había profanado el estanque. Lo persiguieron y lo apedrearon. Volvió corriendo a su poblado, sangrando, y se escondió. Insultaron a su madre, y después su madre le dio una paliza por haber profanado el estanque y haber causado problemas”.
Página 131.
“Crueldad, sí: estaba en el carácter mismo de la vida familiar de la India. El clan que proporcionaba protección e identidad, que salvaba a la gente del vacío, era en sí mismo un pequeño estado, y podía ser un lugar duro, plagado de maniobras, plagado de odios y alianzas cambiantes y denuncias morales. Era la clase de vida que yo conocí durante gran parte de mi infancia. (…) Me dio, como sospechaba que le había ocurrido a Kala, el gusto por la otra clase de vida, la vida solitaria o con menos gente alrededor, en la que se disponía de espacio”.
Página 204.
“La vida hindú estaba ritualizada. (…) Se exigía a las suegras que disciplinasen a las esposas de sus hijos, todavía niñas, que entrenasen a las muchachas, intactas e infantiles, en sus nuevas tareas de criadoras de hijos y trabajadoras domésticas, que les enseñasen nuevas costumbres de respeto (…) Disciplinar de tal modo a la esposa-niña debía de considerarse algo virtuoso; la crueldad, incluso voluntaria, incluso voluptuosa, no debía de considerarse mayor que la de la vida misma”.
Páginas 204-205.
“Todo será propiedad de la comunidad, y todos los inventos cubrirán las necesidades y los placeres de todos…. Cuando el mundo se convierta en paraíso, nadie tendrá necesidad de imaginar un paraíso entre las nubes. Donde no hay necesidad, no hay Dios. Donde hay conocimientos científicos, no hace falta especular ni imaginar… Hay que transformar la lucha por la existencia en una vida feliz”.
Páginas 249 y 250.
“‘Nuestra civilización tamil es muy antigua. Digamos unos cinco mil años. (…) Hasta hace dos mil años, la sociedad no tenía castas. Lo que ocurrió después es que llegó una civilización extranjera, del norte, y empezaron a establecer diferencias de clase. Desde entonces, algunos intelectuales tamiles han estado protestando contra el sistema de castas. En diferentes grados, estos intelectuales se han resistido a los rituales y las supersticiones, pero sin rechazar el sistema por completo. Decían que la religión era necesaria y que Dios era necesario. Pero los arios inculcaron las supersticiones’”.
Página 261.
“En aquel hombre bajo y moreno estaban encerradas generaciones enteras de dolor y rabia. Él era el primero en su línea que había experimentado la afrenta y, por lo que me dijo, seguía siendo el único de su familia que había abrazado la causa. Era muy apasionado; eso había que respetarlo, pero empecé a preguntarme si una rabia tan grande dejaría espacio para la vida privada, el juego de emociones más sencillas”.
Página 263.
“Fui a la India en 1971 a cubrir las elecciones de una circunscripción de Rajastán, en el noroeste, una zona desértica afectada por la sequía. Uno de los candidatos, un viejo ghandiano piadoso, muy admirado, llevaba tiempo predicando en contra de que se llevara agua con tuberías a los pueblos del desierto, por razones morales. ‘El agua del pozo de toda la vida es lo mejor’, decía. El agua transportada por tuberías ‘perjudicaría la salud y la moral de las mujeres de los pueblos’”.
Página 277.
“La mala arquitectura en una ciudad tropical pobre es algo más que una cuestión estética: deteriora la vida cotidiana de la gente; les destroza los nervios; provoca iras que pueden fluir por muchos y muy diversos canales”.
Página 316.
“En los países ricos, donde la gente puede crearse un entorno doméstico medianamente agradable, quizás pudiera soportarse la miseria pública. En la India, donde la mayoría de las personas vivían en una situación de pobreza, la combinación de la miseria privada y la miseria omnipresente del exterior embrutecía. Debía dar a la gente no solo una idea muy reducida de sus necesidades —aire, agua, espacio para estirarse—, sino también una idea muy reducida de sus posibilidades como hacedores o realizadores. Sin duda, había que atribuir a esa idea tan reducida de las necesidades y las posibilidades humanas la tosquedad de los productos industriales indios…”
Página 389.
“Pensé que tal vez sea eso lo que sucede cuando mueren las ciudades. No mueren de golpe; no mueren únicamente cuando las abandonan. Quizás mueran así, cuando todo el mundo sufre, cuando el transporte es tan difícil que los trabajadores renuncian a los empleos que necesitan por temor a los sufrimientos del viaje; cuando nadie tiene agua ni aire limpios ni puede pasear. Quizás las ciudades mueren cuando pierden las comodidades que proporcionan, el estímulo visual, la sensación de que se intensifica el potencial humano, y se convierten simplemente en lugares con demasiada gente y con gente que sufre”.
Página 389.
“Y debido a la inexistencia de esa noción más amplia de la colaboración humana, el país sigue trabajando a ciegas, y el coraje y la habilidad de sus gentes no conducen a nada”.
Página 443.