Valentina Oropeza

Historias

“Yo bailé eso que se llama Dabucurí”

El texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 18 de junio de 2018

Fotógrafo: Rodrigo Picón / RMTF

Fidelia Guzamana mira con el ojo izquierdo. El derecho luce gris y fijo. Está “muerto” desde hace décadas. Luces y sombras la ayudan a orientarse a sus 87 años. También lo que aprendió de los indígenas baniva cuando vivía en las entrañas del Amazonas venezolano, cerca de la frontera con Brasil. Escuchó que el gobernador Liborio Guarulla, paisano baniva, auguró tormento a quienes lo inhabilitaron políticamente durante 15 años. Fidelia comprende que Guarulla quiera vengarse, pero no entiende por qué llamó a su mal agüero “maldición del Dabucurí”.

Después de gobernar Amazonas durante 16 años, Guarulla anunció su inhabilitación coronado con plumas y adornado con collares, el martes 9 de mayo de 2017. Para entonces habían muerto 50 personas en protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro, luego de que el Tribunal Supremo de Justicia desconociera las atribuciones de la Asamblea Nacional vía sentencias, a finales de marzo.

Amazonas acumulaba casi año y medio sin representación en el Poder Legislativo. El chavismo denunció fraude en las elecciones parlamentarias de ese estado, forzó la desincorporación de los tres diputados disidentes y le arrancó la mayoría calificada a la oposición.

“El día de hoy, lo estoy diciendo aquí en este escenario. Si ellos tienen poder, nosotros también tenemos poder. Y voy a convocar a mis ancestros, a mis chamanes, para que la maldición del Dabucurí caiga sobre esa gente que ha tratado de hacernos maldad. Les aseguro que no morirán sin tormento. Les aseguro que antes de morir comenzarán a sufrir y su alma va a vagar por los sitios más oscuros y pestilentes antes de poder, de alguna manera, cerrar los ojos. Porque así como ellos creen que tienen un poder material, nosotros también tenemos un poder espiritual”.

Vestida con una bata amarilla que baila sobre el relieve de sus huesos, Fidelia se levanta de la silla, gira el cuerpo para ponerse de perfil y levanta los brazos hacia adelante. Posa las manos sobre los hombros de su pareja imaginaria en el Dabucurí, “fiesta de los indígenas antigüeros” a la que asistió cuando vivía en Maroa, antes de casarse, parir y mudarse a Puerto Ayacucho. Alza el pie izquierdo y lo desliza sobre el suelo. “Chaz, chaz”. Simula el sonido de una pulsera de tobillo hecha con semillas de fruta de yuko. Así se acompasa el baile con la melodía de clarinetes fabricados en la selva con cortezas de árboles.

“El Dabucurí es para bailar, para hacer fiesta como feria de Puerto Ayacucho: tú comes asado, casabe, tú bailas, tú tomas. Los indígenas cocinan y hacen guarapo como una harina espesa. La fiesta dura dos noches nomás. Yo bailé eso que se llama Dabucurí. No hay maldición. Es una fiesta de alegría; alegría del que no entiende castellano y habla idioma mío”.

Sentada en el patio de su casa, bajo una sombra que alivia el bochorno provocado por el sol del mediodía, Fidelia se muestra convencida de que muchos baniva en Puerto Ayacucho conocen las tradiciones del Dabucurí. Le cuesta creer que es la primera baniva hablante que encontramos en la capital del estado Amazonas. La primera que rescata el término de sus propias vivencias.

Los baniva habitan la selva amazónica de Venezuela y comparten raíces lingüísticas con otras comunidades indígenas como los kurripakos, barés, piapocos y warekenas. Son los pueblos arawakos.

El término Dabucurí proviene de la palabra “adábuku” que significa “fruto” en lengua baré, explican los antropólogos Carmen Márquez y Antonio Pérez en una ponencia presentada en el 43 Congreso Internacional de Americanistas, celebrado en agosto de 1979 en Vancouver, Canadá.

Fiestas del látigo

Los arawakos se mezclan, bailan, beben, comen y se pelean a latigazos cuando celebran un Dabucurí al sur del Amazonas. Al menos así lo recuerda Ernesto Yuriyuri de sus días en La Isleta, localidad indígena enclavada en Río Negro, donde nació hace 65 años. Ahora vive en un rancho de zinc en los Altos de Carinagua, un caserío habitado por indígenas y mosquitos transmisores de malaria en las afueras de Puerto Ayacucho. Yuriyuri conoce a Guarulla desde La Isleta, así que no tiene dudas de que el gobernador comprende cabalmente el significado de Dabucurí, aunque lo interprete “de otro modo”.

Con verbo grave y pausado, Guarulla matiza que no invocó una maldición sino más bien “un acto de justicia, de expiación y purificación que ellos (el gobierno) tienen que hacer antes de reconocer su error y pedir perdón”. “Maldición es lo que hizo el contralor contra uno. Eso sí porque está cometiendo un acto de crueldad y verdadera injusticia”. Dos chamanes acompañaron al gobernador cuando informó sobre la inhabilitación que dictó la Contraloría de la República. Se sentaron a su derecha en la rueda de prensa. A su izquierda estaba el gobernador de Miranda, Henrique Capriles, inhabilitado dos días antes, también por 15 años.

Durante una semana los arawakos cazan, pescan, recogen frutos y preparan los alimentos y bebidas que degustarán en la fiesta. Además de los niños y mujeres de las comunidades, asisten “los capitanes (caciques), chamanes, guerreros, dueños de cantos tradicionales y servicios de portadores”, enumera Yuriyuri al leer una lista de roles en un libro sobre las comunidades indígenas del Amazonas venezolano que sacó de un estante lleno de trastos.

Una vez que juntan “manaca, mañoco, seje, moriche, casabe, katara, pescado y carne de toda clase”, los asistentes se comprometen a bailar “todos juntos por un mismo camino”, alrededor de la torre de comida. Pero en la fiesta hay un hombre al que llaman kuwé, el diablo. Si siembra discordia, el conflicto es inevitable:
“Empezamos a bailar los baniva, warekena, kurripako y yeral, todos por un solo camino. Bailamos con unos chaparros grandísimos. Todo el mundo tiene que ir alrededor de ese alimento que tenemos. Entonces lo malo, eso que interpreta el gobernador, es el kuwé. Decimos: ‘vamos a pelear con el kuwé’. En vez de bailar en un solo camino, ellos bailan al contrario, buscando el peo. A nosotros nos pasó eso, bailamos por aquí y los kurripakos se vinieron por acá y nos echamos palo de chaparro y de todo. Me sacaron el cuero con un chaparro. Me dieron diez o quince palos. De vaina no nos matamos”.

Ofrece mostrar las marcas en su espalda, pero más bien se le ve la barriga cuando levanta su camisa. Por ahí no hay cicatrices. Los arawakos toman yarake, un aguardiente hecho con caña que los ayuda a tolerar el dolor:

“No sientes esos látigos que te dan. Eso es feo después de que suceden esas cosas. Los que no aguantan, se van. Llevar látigo todo el día y toda la noche. ¿Quién manda? Los brujos, los chamanes y el diablo. Si usted es guerrero tiene que echar pa’lante. Yo me quedé hasta el final”.

Yuriyuri cuenta que la llegada de la menstruación a una o varias jóvenes de la comunidad es una oportunidad ideal para organizar un Dabucurí. Pero Fidelia lo contradice, a ella la encerraron cuatro días sin comer cuando le llegó la regla para que conociera el hambre y aprendiera a no ser floja cuando fuera mujer.

Dabucurí figura por primera vez en la literatura en 1845, definido como “las fiestas del látigo”, según Márquez y Pérez, los antropólogos de la presentación en Canadá. En otros estudios se interpreta como un rito de fertilidad, una ceremonia de trueque de alimentos o una celebración de “recolección, iniciación y alianza”. Intercambiar a las muchachas púberes entre los hombres de las comunidades era parte fundamental de la festividad.

El antropólogo Esteban Mosonyi, autoridad en el estudio de los pueblos indígenas venezolanos, no se atreve a afirmar que el Dabucurí carece del significado místico al que alude Guarulla. Al fin y al cabo es un nativo baniva. El gobernador no suelta detalles. Insiste en que abarca “una parte religiosa y oculta” que escapa de los estudios etnográficos y a la que solo tienen acceso “los iniciados” como él, personas que conocen las prácticas chamánicas aunque no hayan cumplido todas las pruebas para ser sanadores. “Tú lo que quieres saber es cómo se creó el mundo”. Ríe.

A finales de los años 70, los investigadores reportaban que los Dabucurís se volvían reuniones informales y casi clandestinas, proclives a desaparecer o transformarse. Después de estudiar a los pueblos arawakos durante más de 30 años, el antropólogo Omar González reivindica su vigencia. Ha presenciado esta “fiesta agrícola” en la cuenca del río Negro y el Guainía cuando llegan las lluvias, entre mayo y junio, para invocar la abundancia. Incluso en los barrios de Puerto Ayacucho donde viven indígenas que migraron desde la selva.

Rito sagrado

Corona de plumas negras, amarillas y rojas. Maracas, collares y pintura en la cara. Guarulla encabezó un ritual junto con chamanes desde una tarima en Puerto Ayacucho el miércoles 17 de mayo. Prepararon a los “guerreros” para “la batalla de la resistencia”. Esparció cenizas sobre el público y prometió luchar para que se restituya la representación política de Amazonas. “Como nos han convocado a esta guerra, vamos a demostrarles que lo más grande que tiene el ser humano es la parte espiritual”.

Una muela de tigre, una pata de venado, una de lapa y un colmillo de váquiro son los amuletos del curandero Ariel Flores. Los lleva colgando en el cuello. Conocido por haber rezado a Dayana Mendoza, ganadora del Miss Universo en 2008, confirma que si varios chamanes ejecutan una ceremonia sagrada para ocasionar daño a un enemigo, la maldición del Dabucurí se cumple.

Mientras acomoda sobre un mantel las tallas de azabache que espera vender esa mañana en el mercado indígena de Puerto Ayacucho, el chamán de 50 años celebra que Guarulla suavizara la maldición y pidiera bienestar y paz para Amazonas durante el acto que encabezó en la capital del estado:

“Liborio dijo eso para meter miedo, solo tenía dos chamanes. Lo que hizo en Caracas fue horrible porque se dejó llevar por la rabia para ahuyentar al criollo, porque el criollo cree mucho en nuestros ancestros y en la raza indígena”.

La maldición de Guarulla ha sido discutida por los miembros del consejo de los cuatro ríos, una junta de autoridades tradicionales integrada por chamanes y sabios piaroas que viven en la selva, afirma el activista Guillermo Arana, miembro de la Organización Regional Pueblos Indígenas de Amazonas, una coalición de movimientos que velan por las comunidades locales:

“Los ancianos con los que yo comparto dicen que a una persona que utiliza eso para el mal, hay que dejarle quieto porque el mismo reglamento interno de la naturaleza lo va a aplicar para él, no para los demás. No es correcto lo que está haciendo como autoridad política de un estado. Debería hacer un esfuerzo por mejorar la situación de la comunidad indígena, independientemente del color partidista o religioso”.

En vista de que Guarulla no es chamán, Arana no da crédito a la maldición. “En la cultura nuestra hay cinco dimensiones: el mundo físico, metafísico, universal, espiritual y el cosmogónico. Son mundos en los que uno tiene que saber desenvolverse para que esa energía te dé todo el manejo. Si no tienes eso, no tienes nada”.

Convencido de que los tribunales están parcializados a favor del Gobierno y en vista de que el Poder Electoral no convoca nuevos comicios parlamentarios en Amazonas, Guarulla recurrió a un poder que está seguro de controlar. “Uno tiene que estar preparado y no hacer cosas que uno no sea capaz de combatir. Yo sí estoy preparado”.

A Fidelia no le gustan las maldiciones. Menos aún por motivos políticos, aunque su nieto Romel Guzamana haya sido uno de los diputados desincorporados de la Asamblea Nacional. Sin embargo, no duda de que Guarulla puede hacerle daño al gobierno. “¿Cómo crees que el gobernador está ahí con todas las maldiciones que le echan? Él tiene algo que lo protege”.